YPF es Argentina

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Honorable Cámara de Diputados de la Nación Argentina. Aprobación de la Ley de Expropiación de YPF. 03/05/2012

viernes, 20 de abril de 2012

TRABAJO Y DESOCUPACIÓN

Octubre de 1999

¿Sobra Gente?

         Cualquier desprevenido lector de las secciones de economía de los suplementos dominicales de los diarios, enfrentado a decir alguna cosa sobre el “flagelo de la desocupación”, remite inmediatamente a la importancia de sembrar PYMES, provocar inversiones en el tercer sector según la calificación de Rifkin (ONGs), y otra serie de banales generalizaciones que se repiten por comentaristas radiales y televisivos, la claqué de seudo economistas del sistema, empresarios, etc., etc., en fin, opinadores de todo y cualquier pelaje.

         Voy a intentar hacer una aproximación al tema  evitando tal camino, sencillamente porque está demostrado que  de nada sirve. Salvo que alguien crea seriamente que la desocupación se supera sembrando maxiquioscos o ayudando centros de fomento.

         Vamos a ver como sale.

De acuerdo con lo que Toynbee llama  “mitología Siríaca”, la carga de trabajar, es decir ganarse el pan con el sudor de la frente, es un castigo divino por la desobediencia del hombre a la voluntad de Dios. Según la versión corriente del Antiguo Testamento  ocurrió que Adán, inducido por Eva, inducida por el Demonio (uno de los más activos funcionarios de la burocracia celestial) habrían probado el fruto del Arbol de la Sabiduría lo que provocó la ira del Creador que los despachó sin mas trámite a este valle de lágrimas, y a trabajar para sobrevivir.

Mas allá de la perplejidad que nos produce la paradójica resolución de Yahvé, que castiga por usar una facultad por El creada para acceder a una Verdad también por El creada, interesante tema que dejaremos para otra oportunidad, parece ser que aun extrañados del Edén, Adán y Eva se llevaron del mismo, por obra del Demonio, la capacidad de aprender. Nosotros, herederos de aquellos nuestros mas antiguos antepasados, insistimos desde entonces en utilizar los conocimientos para buscar las formas de crear los bienes y servicios necesarios para una mas o menos confortable subsistencia en estos bucólicos parajes, trabajando lo menos posible.

Concretamente: desde el principio de los tiempos y hasta principio de este siglo todas las crisis económicas son crisis de insuficiencia de oferta. El trabajo de los hombres no conseguía producir bienes y servicios suficientes para todos, la miseria y la enfermedad consecuente producía entonces los ajustes necesarios para encontrar el punto de equilibrio, reduciendo la demanda.

Muchas veces se ha pretendido incluir a la guerra entre los mecanismos de reducción de demanda, sin embargo pareciera que  este criterio es erróneo. La guerra era, reitero que hasta el principio de este siglo que termina, la más importante de las actividades económicas. Consistía la guerra  en producir la cantidad de herramientas,  trabajo y organización  suficientes como para apropiarse de los bienes y servicios que producían  otros clanes, tribus, pueblos o naciones, asegurando así la satisfacción de las necesidades propias. La guerra fue entonces la forma mas sofisticada y eficaz de trabajo, a la que ningún clan, tribu, pueblo o nación podía sustraerse, so pena de resultar víctima de la eficacia de trabajo ajeno en este rubro y actividad, y terminar desposeído de todo bien,  esclavo en fin o muerto.

Hoy por hoy, estoy escribiendo esto en octubre de 1999, todos los políticos prometen que “crearán trabajo”, las gentes simples desempleadas  no solo se ven marginadas del sistema de organización social, sino que ven mellada su dignidad: el trabajo, se dice con tono sacro (P. ej. en el artículo 39 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires recientemente reformada), es un derecho y un deber social.

Hay mas para agregar en esta introducción. Fue de San Benito de Nurcia (Siglo VI), creo, de su “Regula Monachorum”, desde donde se generó el axioma “trabajar es orar”, que quiere decir que se sirve a Dios trabajando. O este muchacho no había leído las Escrituras, o estaba en realidad introduciendo la idea entre las pobres gentes de que tenían que trabajar, y si digo entre las pobres gentes es porque para las altas clases de todos los tiempos, de todos los lugares y de todas las culturas, el trabajo siempre fue socialmente denigrante. Solo el trabajo de la guerra tenía (y hasta por ahí nomás) algún prestigio. Lo que tenía el trabajo de la guerra sobre todo era eficacia, ya que no solo permitía organizarse para apropiarse del trabajo de los pueblos  vecinos, sino que además garantizaba que el trabajo de los vecinos del pueblo propio sirviera para mantener a quienes por la Gracia del Señor, y para servirlo (aunque esto no siempre quedaba claro), detentaban el uso de las armas, siempre bajo la  sospechosa doctrina y prédica de equiparar trabajo con virtud.

Pues bien. Viene a ocurrir que, aun en la etapa del cumplimiento del castigo divino, aquel mordisco del fruto del Arbol de la Sabiduría algún resultado positivo dio. Desde la revolución industrial, en occidente desde la segunda mitad del siglo pasado, se produce un explosivo desarrollo de las fuerzas productivas: la velocidad con que se producen los bienes y servicios desmienten las pesimistas previsiones de Malthus y comienza a entreverse la posibilidad de que el sistema productivo fuera capaz de producir todo lo que la población necesita para satisfacer sus requerimientos básicos. La de 1930 es, fuera de toda discusión, la primera crisis internacional efecto de la superproducción.

La segunda gran guerra de este siglo (1939/1945) fue un conflicto en el centro del sistema, entre las potencias que dominaban las corrientes comerciales y detentaban  primacía industrial, disputándose en el campo de batalla el abastecimiento de materias primas y mercados  de ultramar. Su desastroso resultado de millones de muertos y devastadora destrucción de la capacidad de producción instalada, tuvo como efecto un salto tecnológico en la etapa de reconstrucción, permitió casi 30 años de bonanza y crecimiento (1950/1980) en el que el desarrollo de las fuerzas productivas y la puja sobreviniente entre la Unión Soviética y los EEUU inyectaron solvencia adicional a la demanda en forma creciente y paulatina.

¡Que bien que estabamos cuando estabamos mal!

Es aquí que aparece entonces un nuevo problema. Resulta que por los mecanismos que regulan las relaciones entre los hombres en sus transacciones económicas, el sistema produce para la demanda solvente y no para la demanda global. Aclaremos: como se produce para tomar ganancia, se produce para satisfacer las necesidades de los que pueden pagar, que no son todos. A esta forma o mecanismo de relación entre los hombres, y los hombres y las cosas, desde la revolución industrial es a lo que se llama comúnmente “capitalismo”. El capitalismo, sus métodos y relaciones de producción (utilizando la versión española de los precisos y claros conceptos de Carlos Marx), provocó primero una explosión productiva,  se abría el camino por el cual  volveríamos al Edén, cada vez con menos sudor tendríamos el pan necesario. Sin embargo no queda claro si por la voluntad de Dios, que puede  haber considerado que la pena no se hubiera cumplido aun, o por la actividad del Demonio que es, al fin de cuentas, su empleado, resulta que una excelente cosecha o una nueva tecnología, al producir un aumento de la oferta de bienes y servicios provoca la caída en los precios de los mismos, y  resulta, en la realidad del capitalismo, una verdadera catástrofe.

Y no se cumplió la “ley de Say”, enunciación económica que se podría resumir en el principio de que toda oferta genera su propia demanda y que esto elimina la crisis de superproducción. No solo no se cumplió durante la depresión de 1930, y  la superproducción  generó el ciclo de depresión más desempleo, que se repitió hasta la guerra mundial de 1939/45. Si no que tampoco se cumple ahora aun cuando por razones y con consecuencias diferentes: el desarrollo tecnológico  y el espectacular aumento de la productividad está provocando además de depresión económica y desempleo un alto grado de exclusión social, tanto en el centro del sistema como en su periferia, que parecen haber llegado para quedarse.

Fue desde entonces, mediados de siglo, no hace tanto, que la guerra dejó de ser una actividad económica dirigida a resolver los problemas de la escasez inevitable (estructural le dicen), para pasar a ser una actividad económica destructiva. La tecnología de punta está dedicada a producir bienes y servicios cuyo único objeto es destruir bienes y servicios que, por ser excedentes, eliminan la posibilidad de producir ganancia, generando la ganancia solamente en el ciclo de fabricación para la destrucción y vuelta a empezar. Esto no lo dijo Marx sino el Gral. Eisenhower cuando alertó sobre que el principal enemigo de la libertad y felicidad del pueblo (Se refería al de los EEUU) era el “complejo industrial militar”, que necesita de la guerra para generar lucro, solo para eso.

En síntesis: las relaciones de producción capitalistas se han convertido en una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, y no es cierto que en su evolución potencial sea capaz de encontrar nuevos puntos de equilibrio, no, generará necesariamente nuevos y cada vez mas sofisticados mecanismos de destrucción.

Un  demostrativo ejemplo de las paradojas de la situación es la actividad de las organizaciones políticas y sindicales cuya base social eran los asalariados. Hasta los años 60 y 70 se luchaba contra la explotación y los bajos salarios que se generaban en la estructura industrial, las guerras, como se ha dicho, habían producido tanta destrucción que la etapa posterior fue de pleno empleo y demanda con solvencia. Hoy cuando estructuralmente se está en condiciones de reclamar trabajar menos, o no trabajar, claman por “trabajo”. Quieren, suplican, volver a ser explotados  porque con los nuevos métodos de producción resulta que “sobra gente”. Es decir, la nueva tecnología puede producir muchísimo mas con menos horas hombre, y la conclusión a la que llegan es que, lo repetimos, “sobra gente”, cuando los que deberían sobrar son los bienes y servicios para tranquilidad y felicidad de todos.

En el Edén no sobraba nadie. Si los bienes y servicios que se pueden producir son todos o más de los que se necesitan debiéramos festejarlo, dedicarnos al ocio creativo o al “dolce far niente”.

¿Que es entonces lo que ocurre?

Lo que pasa es que los beneficiarios del capitalismo, aquellos en cuyos bolsillos se acumula el lucro que generan las relaciones de producción, no están dispuestos a ceder la posición, y el potencial productivo se expande a tal velocidad que no deja tiempo para pensar claramente a “los que sobran”. Y, corresponde agregarlo, sus representantes políticos (esto incluye a los sindicatos) prefieren obviar la cuestión de fondo ya que esto los obligaría a arriesgar sus posiciones actuales de privilegio relativo.

¿Es una solución reducir la jornada de trabajo, como se legisla hoy en Francia?, ya se intentó en la década del 30 en varias de las mas grandes empresas en los EEUU (Ver a Rifkin sobre este tema). Es una solución pasajera si el objetivo del sistema sigue siendo obtener lucro.

La clave para la comprensión del tema está en lo que llamamos “relaciones de producción”, que entran en conflicto con la transformación económica que produce el desarrollo de los métodos de producción. Esto puede resultar en principio obscuro, pero no lo es tanto.

Veamos:

En el sistema capitalista el trabajo humano es retribuido, como criterio general, por el tiempo de trabajo efectivamente prestado en la estructura productiva en la que se sirve. Pues bien, al producirse el desarrollo de las fuerzas productivas el capital físico primero (las maquinarias complejas hasta mediados de siglo presente), y la tecnología electrónica,  cibernética y biogenética actualmente, requieren cada vez menos tiempo humano de trabajo por unidad de producto, es por ello que en términos de unidad empresaria (es decir microeconómicamente) resulta que “sobra gente”. El capital acumulado por la humanidad en materia de conocimiento se ha disparado hacia lo que podría ser la liberación de todos de la tiranía de la necesidad, pero choca con el mecanismo de relaciones económicas entre los hombres. Estas “relaciones de producción” al mismo tiempo que movilizaron las fuerzas de la naturaleza a través de las ciencias aplicadas, así como provocaron formas de coordinación social que permitieron la cada vez más eficaz circulación y  producción de bienes y servicios, no resultan compatibles con la pretensión de seguir midiendo y retribuyendo la inmensa cantidad de energía liberada con el elemental patrón del tiempo de trabajo directamente utilizado. De hecho el sistema de vinculación económica que exige la existencia de  “empleadores” y  “empleados”, los primeros que pagan el tiempo de trabajo de los segundos, se torna inviable. 

El trabajo no es otra cosa que la actividad humana necesaria para producir bienes y servicios para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos, el capitalismo lo convirtió en una mercancía que se paga en proporción a la cantidad de tiempo individualmente utilizado y la explosión de la capacidad de producción excluye (cada vez mas) al factor humano del proceso social de generación de riqueza, pero no del estado de necesidad.

Y la capacidad de producir al punto de satisfacer la totalidad de las necesidades no es virtud de nadie en particular, sino del largo proceso de acumulación de conocimientos y evolución de las ciencias aplicadas durante toda la historia y por toda la humanidad. Nadie  puede pretender erigirse en propietario del producto del trabajo humano, salvo que esté pagando “royalties” por el uso de la rueda, el arado,  el triángulo rectángulo, el papel, la pólvora, el valor de p, la palanca, la prensa hidráulica, la imprenta de tipos móviles, etc., etc..

Pasándolo en limpio: aunque parezca ingenuo decirlo el objetivo de la actividad económica no puede ser otro que producir los bienes y servicios necesarios para satisfacer las necesidades de los hombres y mujeres que viven en este planeta,  la miseria  era el castigo bíblico del cual hoy podríamos liberarnos, no forma parte del “orden natural del universo” que todo funcione para que cuatro vivos se enriquezcan impidiendo la felicidad de los demás. En tanto las relaciones de producción capitalistas estimularon la producción de bienes y servicios, y mas allá de la violencia con que se impusieron, tendrían, quizás,  algún sentido y justificación, hoy se han convertido en un perverso mecanismo que no solo no impulsa el desarrollo sino que tiende a entorpecerlo cuando no directamente a la destrucción. En síntesis: el capitalismo está agotado y es un enemigo de la humanidad,  quienes del capitalismo se benefician, y quienes lo defienden, son unos reverendos hijos de puta, puede ser que alguna cosa mas, pero nada menos que eso.

(En estos días suele verse con desagrado todo tono disonante, las malas palabras son de pésimo gusto, se dice.  Es posible, pero que son claras, son claras, así que sepa Usted disculparme. Sobre esto es interesante consultar los criterios de Noam Chomsky, y más cercano y reciente de Ricardo Piglia, en cuanto a de que manera el lenguaje del sistema convierte en prisionero al expositor de la lógica del mismo sistema. Un hijo de puta, utilizado el término en el sentido metafórico de uso corriente, es eso, y no encuentro que razones de supuesta elegancia de estilo me impongan una omisión semejante)

Ahora veamos que pasa aquí, en la Argentina,  digamos en los últimos 40 o 50 años.

¿Porque hay desocupación tan alta y persistente en la Argentina?

Las raíces son dos.

La primera es la ya mencionada: el explosivo desarrollo de las fuerzas productivas generado por la revolución tecnológica requiere menos horas hombre para producir una incalculable cantidad superior de bienes y servicios que, además, se diversifican en cantidad y se superan en calidad. Los umbrales del Edén están a la vista, pero ...

Pero ese fenómeno no es suficiente para explicar la situación, y digo “situación” y no “problema”,  porque no es lo mismo: en la Argentina la política económica orientada a servir al capitalismo transnacional creó esta situación, ni había ni hay problemas en la economía argentina, se generó una grave deformación en beneficio de unos pocos. Todo fabricado, nada necesario o inevitable.

Existía en la Argentina de hace un cuarto de siglo una estructura productiva generada desde la segunda guerra mundial, sólida y en expansión. Teníamos aquí una pujante industria siderúrgica y metal mecánica, textil, de la alimentación, del calzado, química, mas allá de las ventajas competitivas y comparativas que emergen de la ubérrima pampa húmeda, de la disposición de recursos naturales (petróleo, carbón, coque, gas, uranio, minerales preciosos, energía hidroeléctrica, etc. etc.), todo esto se complementaba con empresas estatales, reguladores económicos, que controlaban las comunicaciones, el transporte ferroviario, fluvial, marítimo, aéreo, depósitos bancarios y bancos nacionales, provinciales, municipales y privados, bajo control estatal, moneda, seguros y reaseguros, fabricas de aviones, barcos, submarinos, armas, municiones, cohetería misilística, desarrollo mas que importante en tecnología y energía nuclear, etc., etc. y recontra etcétera. Teníamos también inflación, y mala gestión producto esencialmente de la inestabilidad política. ¿Porque había inestabilidad política?, muy sencillo: en este escenario el cargo, la posición más importante, era la Presidencia de la Nación, y el control del Estado, por eso no había esto que dan en llamar democracia, los sectores dominantes no iban a permitir que por el solo hecho de respetar lo que Borges llamó “ese curioso criterio estadístico aplicado a la política” tanto poder quedara en manos de  mayorías circunstanciales y volubles.

Ahora bien. Desde 1989, pero mas precisamente desde 1991 se decidió mal vender la totalidad de la estructura económica, industrial, de servicios y financiera en manos del Estado, con la llamada convertibilidad se abandonó la moneda propia con el agravante de que se estableció un tipo de cambio bajísimo, es decir que el peso atado al dólar convierte en caro todo lo que se produce en la Argentina, atados al dólar los salarios argentinos, es decir los argentinos, son carísimos aunque vivan en la miseria y aun cuando están desocupados. La convertibilidad  instrumentó en los hechos  un subsidio a la producción  extranjera: todo lo que se produce afuera es mas barato independientemente de los esfuerzos de superación de las organizaciones productivas a las que se les requiere siempre mas competitividad, mas allá incluso de las ventajas comparativas que surgen de la naturaleza y de la barrera de las distancias. Este dislate de la convertibilidad (que en otro marco ya lo aplicó Pellegrini hace un siglo, y lo reintentó parcialmente Martínez de Hoz) se complementó con una apertura inusitada que permitió el ingreso de bienes y servicios de cualquier lugar del planeta, baratísimos, tan baratos como inútiles en general, destruyó la industria nacional (no hubo reconversión como en España, por ejemplo, sino destrucción), las empresas del Estado fueron obsequiadas a empresas extranjeras que rápidamente recuperaron sus “no inversiones” multiplicando varias veces las tarifas y precios desde los teléfonos a la energía eléctrica y el agua, desde el acero a las naftas y los transportes, abandonando  además todos los sectores estratégicos que debían servir de herramientas de política económica para inducir el crecimiento de una nación emergente y en formación, y lo que es mas grave, siempre en beneficio de una importación torpemente subsidiada por el tipo de cambio, tan bajo como artificial.

En fin, hoy andan por allí 14 o 15 millones de argentinos que tenían oficio, profesión  y empleo, algunos cobraron indemnizaciones que perdieron en pequeños emprendimientos de servicios, taxis, remises, maxiquioscos y casas de comidas,  boutiques y pizzerias, etcéteras y mas etcéteras,  todos sin empleo ni posibilidad material de conseguirlo ni a corto, ni a mediano, ni a largo plazo, en tanto que aquel que tiene un empleo se desloma mas de 12 horas diarias 6 y 7 días a la semana con la ventaja de que no le pagan ni las 8 horas de ley. Y guay con protestar, que allí está la calle.

Convertibilidad con tipo de cambio bajísimo,

Apertura indiscriminada,

Extranjerización de los resortes esenciales de la economía,

Debilitamiento del Estado Nacional y virtual extinción de las Provincias y economías regionales.

(No incluyo ni la deuda externa porque es solo un mecanismo mas para provocar la descapitalización y hay otros mas eficaces, ni la hipertrofia del sistema financiero porque me parece una cuestión en realidad microeconómica, al final, y el final llegará, no podrá haber mas bancos que los que la economía necesite)

Así puede Usted tener toda la democracia que quiera Caballero, total su Presidente, sus diputados y senadores, sus intendentes y concejales, nada podrán modificar, podrán en todo caso quedarse con algún vuelto exponiéndose a la cámara oculta de algún multimedio monopólico, pero el poder quedó en manos de 400 o 500 Señores (algunos de aquí, los más de allende los mares), y la riqueza que aquí todavía se produce queda siempre fuera del circuito económico nacional. La economía argentina no acumula, y  lo que es mas grave: está liquidando a precio de “comodities” recursos no renovables.

Puede Usted Caballero comprarse un cuchillo y tenedor del mejor acero inoxidable alemán o brasileño por un peso, pero un kilo de asado nacional le costará cuatro, podrá Usted adquirir un molinillo de pimienta chino por dos pesos, pero cien gramos de pimienta en grano criolla le costarán tres, y así los ejemplos se multiplican y quedan a la vista en cualquier supermercado para perplejidad del mas pintado.

El problema entonces no es la desocupación.

No se trata de “inventar” trabajo para sostener la escenografía e inequidad del capitalismo.

No es cierto que enajenar la fuerza de trabajo para generar beneficios que quedan a disposición de “agentes económicos” socialmente irresponsables sea producto inevitable o intransformable de la historia de la humanidad, ni mucho menos esencial a la condición humana. No es verdad que, como se dice con desparpajo, “no hay otra”. Si por ahora por las razones que fuera no queda mas alternativa para sobrevivir, habrá que agachar el lomo. Pero una cosa es ser esclavo y otra muy distinta es defender o proclamar las falsas virtudes de la esclavitud, discurso que resulta mas que sospechoso sobre todo cuando es repetido hasta el hartazgo por los beneficiarios de la apropiación del producido del trabajo de todos. Y no estamos trayendo a debate nada que ya no se hubiera debatido.

El problema en general es como organizar el trabajo socialmente necesario  para satisfacer las necesidades de todos, desde que esto es posible, y muy especialmente en la Argentina debido a la mas que favorable relación entre recursos naturales, humanos, capacidad tecnológica y demanda global.

Pero en particular, en la Argentina, la cuestión es como se revierte la perversión de este andamiaje y articulación entre los grupos que tomaron el poder económico, que es el poder real, en la ultima década, grupos en general extranjeros, y que nos condenan a que “sobre gente” donde en realidad sobran recursos.

Una primera teoría fue expuesta hace unos pocos años por el militar, estadista y filósofo chileno Augusto Pinochet. Según este agudo observador y polígrafo los problemas de la Argentina él los solucionaba con 5 mil tiros de fusil.

Es muy probable que no coincidamos con el listado de los destinatarios de los pequeños fragmentos de metal, pero sí con la cantidad, con un margen de error de, digamos,  mas/menos cinco por ciento.

Pero el primero de los pasos sería, de adoptar tal criterio, que nos pongamos seriamente a confeccionar el listado, el que debe ser fundado con precisión, para evitar los errores del pasado. Resulta tonto, hoy por hoy, imaginar que de alguno de los partidos políticos a la vista pueda surgir alguna alternativa que nos reconduzca por la senda de la construcción de una Nación, si es que de eso se trata todavía.

La tesis de Pinochet no es ni un chiste de mal gusto ni mucho menos una tontería, él personalmente la aplicó y no le fue tan mal, recomiendo a quien descrea leer el capítulo VIII del “El Príncipe” de Maquiavelo que ejemplifica como deben operar “los que han llegado al estado mediante delitos”.

Hay otras teorías, volveremos sobre el tema.

         Si Dios quiere, es claro.

Octubre de 1999.



                                                           Carlos Negri

                                               En fin, un escritor sin estilo

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